sábado, 21 de octubre de 2017

Odio a los putos mexicanos (obra dramática)

  


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     Esta obra nos hace reflexionar sobre los clichés xenófobos que se presentan entre sociedades, pueblos e individuos simplemente por tener un color de piel diferente o por no compartir costumbres, lengua o nacionalidad.

    Los "putos mexicanos" son representados en el drama como detestables invasores, y el concepto de inmigración adquiere -en torno a ellos y a nigerianos e "indis"- connotaciones despectivas los reducen a la categoría más paupérrima de la estructura social.

    Luis Enrique Ortiz Monasterio (Legom), autor de esta obra, realiza una denuncia a la sociedad norteamericana y al racismo, aspecto que no sorprende conociéndo su interés por la defensa de los derechos humanos. El odio incomprensible por parte de Tamara o su tío Arnold hacia los inmigrantes se apodera de cualquier resquicio de compasión.

    Una vez que los mexicanos son quemados en el cobertizo, los campos, las tierras y los cultivos que en su día ocuparon tras haber crecido económicamente vuelven a perecer. Este hecho parece -al contrario de lo que pudiera parecer- positivo para la protagonista, pues así estaban las cosechas antes de la llegada de los extranjeros: "oxidadas".

    De este modo y como apunte final, es necesario destacar el extremo carácter explícito de la obra. Los vulgarismos ("cabrón", "zorra", "comefrijoles"), la representación del sexo (violaciones, incesto...) y la agilidad de los diálogos breves hacen de Odio a los putos mexicanos un ejemplo claro de denuncia a través del duro impacto dirigdo al lector.